viernes, 20 de marzo de 2015

Diario de una convalecencia



Día 0:
Creo que me ha sentado mal lo que he comido en la cena.

Día 1:
Fiebre. Paso la jornada en cama, soñando con unas piezas que parece que tenía que encajar entre si. Por la tarde tuve la sensación de que lo más difícil ya estaba encajado, así que permanecí más tranquilo. 

No, no creo que eso de encajar piezas tuviera algo que ver con el deseo sexual, más bien con un videojuego al que estuve jugando la semana anterior.
A última hora me levanto dando tumbos, bebo un zumo y me vuelvo a la cama.

Día 2:
Aun con fiebre, pero no tanta. Es el momento de desplazarme al sofá y enroscarme en la manta. Voy combinando los ratos de dormir con los de ver la tele. Es decir, que me despierto y media hora de caja tonta vuelven a dejarme grogui.

Las enfermedades son el momento ideal para calibrar la calidad de la televisión. Y es que en una situación cognitiva normal uno no sería capaz  de soportar tantas horas de TV seguidas.

El veredicto es que nunca la había visto tan mala como hasta ahora. Casi todos los canales parecen echar lo mismo a todas horas. Hay un canal "Aquí no hay quien viva", un canal "La que se avecina", un canal "subastas de trasteros"... Incluso los de dibujos animados siempre están rotando las mismas tres o cuatro series. Y, por supuesto, hay tertulias por todas partes. Bueno, más bien son grupos de gente que se pone a gritar sin tener mucha idea de lo que están hablando, no es el mismo concepto de tertulia que había en los tiempos de "La clave", un programa que se emitía hará cosa de treinta años y que sólo la música de la cortinilla ya te sobrecogía y te hacía guardar silencio.

Día 3:
Ya no tengo fiebre. Ha llegado el momento de salir a la calle, comprar algo de fruta y pasar unos días sobreabridado y algo hipocondríaco. Y también es hora de pasar a la báscula: ¡Oh, pero si he perdido dos kilos y medio! No hay mal que por bien no venga.

domingo, 15 de marzo de 2015

Sigue adelante


- Sigue adelante, no te duermas. - Le dijo su compañero, que avanzaba al lado.

Habían salido de Portsmouth el diez de octubre y, tras una breve estancia en la base Casey se habían puesto en marcha hacia la base Vostok, desde la cual partirían más adelante hacia la Amundsen-Scott, en pleno polo sur.

-  Sigue adelante, no te duermas. - Volvió a decirle.

Ya nos habían advertido del peligro que suponían las grietas en el hielo, sobre todo en el actual entorno de aumento de temperaturas. Aún así pensamos que era de esa clase de cosas que sabes que pueden pasar, pero que nunca pasan.

- Sigue adelante, no te duermas.

El hielo se rompió bajo nuestros pies y engulló los trineos, los perros y el equipo. Halleck y Loretto también cayeron. Sólo quedamos Mike, Oleson y yo. Iniciamos el camino de vuelta: la base Vostok no se hallaba muy lejos y sin duda teníamos una oportunidad de conseguirlo. Además, tarde o temprano se extrañarían de no escuchar nuestra voz en la radio y enviarían un vehículo a buscarnos. 

Ninguna perturbación solar podría explicar un silencio tan prolongado. Sólo necesitábamos aguantar.

- Sigue adelante, no te duermas.

Oleson tardó poco en caer. Se le habían congelado ambos brazos y piernas y se desplomó sin fuerzas. 

Sólo quedamos Mike y yo, y entonces...

- Mike.

- Dime.

- Acabo de recordar una cosa.

- ¿Sí?

- Que te rendiste. Te dejaste caer en el hielo y me dijiste "Sigue tú, yo aquí me quedo ".

Su compañero no dijo nada.

- ¿Me estás escuchando, Mike? Eso significa que estás muerto.

Esta vez Mike sonrió con ironía y replicó:

- Sí, es cierto. Y también significa que tú te has quedado dormido.

lunes, 9 de marzo de 2015

Guerra de bandas

Cansado de escuchar a los músicos sudistas, el capitán hizo llamar a la banda del regimiento. A su "Dixie" replicamos con "Yankee Doodle" y a "La Hermosa Bandera Azul " le siguió "Hail Columbia".

Pronto se agotó el repertorio patriótico y ambos grupos dieron paso a canciones populares entre la tropa. El enfrentamiento siguió hasta que, desde sus líneas, sonó "Hogar, dulce hogar" y los nuestros, en lugar de esperar y rebatirla, la secundaron. Entonces los soldados sumamos nuestras voces y, mientras duró aquella canción, todos fuimos uno, todos lloramos por igual. 

A las seis en punto sonó la corneta que daba inicio a la ofensiva y ya sólo se pudo escuchar la música de los fusiles, la percusión de los cañones y el coro de lamentos de los heridos. 

(Basado en un hecho real acontecido en la batalla de Stones River, 31 de diciembre de 1862)

domingo, 8 de marzo de 2015

El arte de inventar historias.


Soy el altavoz que veis colgado en la esquina de la habitación. Cuando yo hablo, los demás callan. Cuando yo canto, los demás bailan.  Explico historias con la luz apagada y el proyector encendido y la gente disfruta con ellas.

Pero no son mis historias, no son mis canciones, no son mis palabras. Tan sólo repito con más volumen lo que otros han creado. Soy como un loro. Un cubo blanco contra un fondo blanco en el que nadie repara.

Pero eso se va a acabar. Pronto se escucharán aquí mis propios cuentos, porque he tenido suerte: Hoy empieza en esta misma sala el taller de El arte de inventar historias. Hoy me toca callar a mi y escuchar lo que dicen los demás.