martes, 9 de octubre de 2007

Homo publicicus

Anoche me quedé a ver una película que daban por la tele, es decir, vi alguna que otra secuencia entre los interminables bloques de anuncios. Acabé yéndome a dormir sin saber quien era el asesino, pero sí que aprendí como mantener las encias jovenes o como limpiar la casa con un solo producto y no con cincuenta.

Me hizo pensar en como vería el mundo el señor del mito de la caverna si las sombras que viera siempre fuesen anuncios. Bueno, en realidad pensé "¿Qué opinaría de nosotros un extraterrestre que nos estudiara a partir de los anuncios de televisión captados desde su puesto de observación en el espacio profundo", pero luego me dije que sonaría más culto lo del mito de la caverna, mientras que hablar situaciones hipotéticas que involucran la presencia de extraterrestres queda friki.

En ambos casos, el observador obtendría las siguientes conclusiones respecto a la vida humana:

- Los bebes humanos se comunican por telepatía y su máxima preocupación es la posible presencia de humedad en el interior de los envoltorios blancos que les cubren el culo.

- Cuando los bebés crecen adoptan una forma llamada niño. Han perdido su capacidad telepática y los envoltorios blancos. Ahora viven obsesionados por comer productos ricos en grasas saturadas y su consumo es observado con satisfacción por un adulto hembra. El máximo peligro que afrontan los humanos en esta etapa es ir bajos de defensas por no consumir suficientes yogures y su distracción favorita es impregnarse la ropa de toda clase de sustancias líquidas y pegajosas. Asimismo, es interesante observar que los niños suelen juegar en grupos de tres a cinco individuos de los que, como mucho, solo uno es hembra. Este exceso de individuos varones debe quedar compensado por una alta mortalidad en la adolescencia, debida posiblemente a la falta de yogures que potencien sus defensas.

- La siguiente etapa en la vida del humano es la juventud. En este periodo visten ropas extrañas y se pasan el dia dando saltos, circulando en monopatin o bailando freneticamente. Las hembras están en celo y son propensas a excitarse con facilidad ante cualquier muestra de buen olor o exhibición de posesiones materiales por parte de un macho joven. Los varones se alimentan de cervezas y las hembras de productos bajos en calorias. Se rien en todo momento, excepto los de los anuncios contra el consumo de drogas o alcohol; eso hace suponer que la risa de los jóvenes en los demas anuncios se debe a la ingesta de tales sustancias.

- En la etapa adulta las hembras se dedican a limpiar la casa y a dar de comer a todo el mundo. Han perdido interés por el sexo aunque continuan queriendo tener una piel tersa. Los varones se pasan el día viendo futbol o conduciendo coches grandes por lugares remotos sin ninguna razón aparente. Las infraestructuras de los humanos son pésimas: hay pocas carreteras y, las que hay, tienen muchas curvas. Los coches circulan siempre en solitario, no se conocen problemas de tráfico o de aparcamiento. ¿Como es eso posible si todos los varones conducen durante horas por mera diversión? Porque muy pocos han sobrevido a la falta de yogures.

- Apenas hay ancianos. Debe ser porque esperanza de vida de los humanos no supera los 50 años.

En fin, dejando de lado al extraterr...al hombre del mito de la caverna, mi conclusión es que ólo me falta una década para abandonar el mundo de los anuncios. Es cuestión de aprovechar el tiempo que me queda conduciendo el coche y viendo el fútbol, aunque no me guste, pues la vida son cuatro días, o menos, si eres hombre y no comes yogures.

viernes, 21 de septiembre de 2007

El demonio en casa.

Se que sigues ahí, esperándome en silencio. Desde que he llegado a casa no hago otra cosa que pensar en ti, lo sabes y por eso te ríes en tu habitación de cristal.

¿Por qué tuve que hacerlo? ¿Por qué te abrí las puertas de mi casa? La respuesta es que fui débil. Te vi allí, tan despreocupada junto al resto de tus compañeras, todas iguales, alineadas como un ejército de silenciosas muñecas que susurran con la mirada veladas promesas de placer prohibido...y no pude resistirme. Me engañé a mi mismo diciendo que aquello no tenía importancia, que el pecado no existe, que todo el mundo tiene derecho a transgredir las normas de vez en cuando…¡Ay, que insensato!

Aunque me llevas a revivir mi infancia, pensé que seríamos capaces de mantener una relación sobria y tranquila como los dos adultos que se supone somos: yo nací a finales de los años 60 y tú, bueno, creo que ya estabas aquí antes de que yo naciera, pero aun así, te conservas muy bien.

Ya sé que en el momento en que la pasión desbocada entra en una relación, las cosas siempre se complican. Por eso, en cuanto te tuve en mi casa, no me pude contener, me abalancé sobre ti sabiendo que ya eras mía, solo mía, y tu te dejaste hacer, complacida. Sabías que, en realidad, eras tú quien me poseía a mi.

Desde entonces no se cuantas veces me habré dicho “¡Ya basta! ¡Es suficiente!”, pero ha sido inútil, siempre he vuelto a por más. Y eso no puede ser bueno. ¿Cuántas veces lo hemos hecho hoy? ¿Cuatro? ¿Cinco? He perdido la cuenta.

Tengo que olvidarte, superar lo nuestro, pero me resulta imposible. Ahora mismo no puedo dejar de pensar en ti, en el dulce tacto de tu piel sobre mi boca y me cuesta concentrarme en lo que estoy escribiendo. Te vuelvo a necesitar, y tu puedes reirte, segura de tu triunfo.

Dentro de unos segundos me levantaré de esta silla, cruzaré el pasillo hasta la cocina y cogeré un cuchillo para ir a buscarte. Te agarraré con fuerza, te dejaré caer sobre la mesa y ya sabes lo que vendrá a continuación: te quitaré la tapa, meteré el cuchillo en tu vaso y luego te extenderé con generosidad sobre una rebanada de pan bimbo. “Maldita Nocilla”, pensaré, "pero demonios, que rica estás."

viernes, 31 de agosto de 2007

Via láctea y cristalina.

Me he propuesto retomar el blog y espero ser mas constante que la primera vez. Cuando no tenga nada mejor que decir, me limitaré a poner alguna tontería (bueno, más tontería de lo normal). Y hoy, para empezar, escribiré unas meditaciones sobre profundos conceptos.

¿Que conceptos? Pues por ejemplo, que lo que separa un intervalo de tiempo tomando un vaso de ColaCao fresquito en el sofá de un intervalo de tiempo barriendo cristales, fregando el suelo y pasando el paño por la mesa es un breve instante de patosidad, y también que eso mismo es lo que separa a la leche con cacao de ser una placentera bebida a un líquido asqueroso que lo pringa todo.

Pero ese tiempo que no he desaprovechado en el sofá, entregado a la molicie y a la ingesta de de lacteos, ha sido empleado en la superación de interesantes retos. Por ejemplo: ¿Que hacer cuando las chanclas se llenan de vidrios y no puedes sacar el pie de ellas porque el suelo está igualmente lleno de vidrios? ¿La leche con cristal va al cubo de lo orgánico, al del cristal o al de la guarrería en general? Y el misterio más intrigante: ¿Si acabo de barrer, como es posible que siga habiendo cristales?

Cómo se puede ver, un hecho aparentemente fastidioso como la rotura de un vaso, se puede convertir en una fuente de conocimientos y de ensanchamiento personal (claro, que si me hubiera tomado la leche con ColaCao también habría contribuido a mi ensanchamiento personal, sobre todo si la hubiera acompañado con galletas).

¡Si hasta he mejorado mi vocabulario! He soltado unos tacos que ni yo mismo sabía que conocía.

martes, 20 de febrero de 2007

El exprimidor

El lugar en el que paso más tiempo durante el día no es la cama, pues no cumplo con las recomendables ocho horas de sueño (o digamos mejor ocho horas de dormir, que de sueño ya lo son el resto), no, donde consumo más tiempo es sobre la silla de mi trabajo, un chirimbolo regulable que a lo largo de los años me ha sostenido más que mis propias piernas.

Sus cinco ruedas reposan sobre una moqueta que parece grís, pero que es negra y blanca a modo de las interferencias de una tele. Estas ruedas están sujetas a una plataforma de plástico en forma de estrella sobre la que crece un tallo negro con un dispositivo que le permite encoger o crecer si se activa una palanca. De ese tronco nace una única hoja forrada de paño verde y dos apoyabrazos en color negro. Ese es el objeto, de todos las que existen en el universo, que mantiene una más estrecha relación conmigo.

Y no me puedo quejar, al fin y al cabo es una de las codiciadas sillas verdes de nueva generación, no como la de mi compañero de la izquierda, que es de las rojas y no funciona, pues a la primera de cambio hace POING y dispara el respaldo hacia delante con la intención de incrustar la cabeza de su dueño contra la pantalla del ordenador. Y no son las peores, porque luego están las sillas azules, que te destrozan la espalda y no tienen apoyabrazos.

Volviendo al tema, el segundo objeto que más protagonismo tiene en mi vida es el rectángulo blanco en el que ahora estoy escribiendo. Bueno, ahora mismo es blanco, pero si cierro el Word será azul marino tachonado de iconitos. Dicho objeto acapara mi campo visual, mis pensamientos y mi capacidad de atención durante ma mayor parte del día.

Se trata de la pantalla, que no es sino una parte de lo que llamamos ordenador, el cual tambien mantiene presas mis manos sobre el teclado y el ratón. Y así me domina. Cuando él dice que es la hora, puedo marcharme, antes no. Si hace beep debo preocuparme, si habla le escucho y si piensa le espero. Me susurra canciones MP3 al oido, decide qué mensajes puedo leer y a qué páginas de internet puedo puedo conectarme. Sí, no trabajo con él, le pertenezco.

El tercer objeto más cercano a mi es la mesa de la oficina. En ella descansa el ordenador, serpentean los cables, se amontonan los papeles y aguarda el teléfono al acecho de nuevas incidencias para mi.

Y con eso se completa el engranaje al que pertenezco, la entidad que genera valor añadido, tecnología de información, “project developement” o como sea que le quiera llamar al dinero en que se transforma el zumo de mi vida.

martes, 13 de febrero de 2007

El fisio, parte II

Al llegar en la consulta del fisio le saludo y me quito la ropa. Al terminar, me visto y le pago. Sólo se me ocurre otro oficio en el que se sigua esa pauta, con la diferencia de que me quedo en ropa interior y no desnudo del todo.

La sesión tiene sus momentos buenos y malos. Uno de los buenos es cuando me da el masaje en la espalda. Uno de los malos es cuando me cruje las cervicales girándome la cabeza con brusquedad, una cabeza que en ese momento se halla repleta de imágenes de películas en las que el Van Damme liquida a los centinelas con un movimiento muy parecido. Otro de los malos llega cuando me retuerce las muñecas para estirar los músculos del brazo, lo cual es muy doloroso y le dan a uno ganas de gritar “Sí, lo confieso, fui yo. Pare, y le diré donde está enterrado el dinero.” Es una suerte que no se le haya ocurrido preguntar en ese momento si no quiero apuntarme a su curso de yoga.

Pocas veces sucede algo en una de las visitas que no haya ocurrido en una visita anterior, pero la semana pasada se dio el caso. Yo permanecía tumbado boca abajo en la camilla y el me retorcía una pierna para estirar los musculos. De pronto, soltó mi extremidad y dijo “Voy a apagar la luz”. Su comentario me dejó intranquilo, como es natural. “¿No se supone que necesita luz para llevar a cabo su trabajo?”. Estar tumbado en calzoncillos boca abajo no es la mejor situación para que el único tío que está contigo diga “Voy a apagar la luz”.

Afortunadamente, me lo aclaró: “Es el día de los cinco minutos de apagón contra el cambio climático y ya es la hora.” Me tapó con una toalla para que no me enfriara y se marchó, dejandome solo y a oscuras. Le escuché caminar por el pasillo, apagando interruptores, y entró en la peluquería anexa  regentada por su mujer. “Es la hora”, dijo. “Ah, Bueno”, respondió ella. “¿Qué pasa?”, preguntó otra voz que no identifiqué. “Es contra el cambio climático”, explicó él, “para que hagan algo”. Desde luego, pensé yo, hoy en día hacen las paredes que parecen de papel de fumar.

Mientras ellos comentaban a qué vecinos se les veía apagar la luz y a quienes no, yo meditaba bajo mi toalla acerca de la utilidad de la medida. Cinco minutos de apagón para que “hagan algo”. ¿Quiénes? “Ellos.” ¿Y quienes son “ellos”? ¿Los gobiernos? ¡Pero si son los primeros que se han apuntado a lo del apagón de cinco minutos! Además, en realidad sólo le dan a la gente lo que piden: energía barata, libertad para despilfarrarla y puestos de trabajo a cualquier precio. ¿Les votarían si multiplicaran por cuatro el recibo de la luz? ¿O si decretaran un tope de kilowatios a consumir por persona?.

Y es que la solución no está en “ellos”, sino en nosotros, el pueblo. Cada ciudadano debería estar dispuesto a sacrificar su propia comodidad por bien del planeta. Pero no lo estamos.

Consumidos los cinco minutos, le escuché hacer el camino de vuelta, encendiendo de nuevo las luces a su paso. Tanto la clinica como la peluquería volvieron a lucir por los cuatro cosados, la radio a sonar, la calefacción a calentar. Supongo que una hora mas tarde se irían a su casa en su coche y que en verano pondrán el aire acondicionado a tope. Pero eso sí, si se calienta el planeta no será por culpa suya, que han cumplido con su parte de mantener cinco minutos el apagón, será porque “ellos” no han hecho “algo”.

Entró el hippy-empresario en la habitación y encendió la luz de la sala. “Ya han pasado los cinco minutos, podemos continuar”. Me quitó la toalla de la espalda, me agarró la muñeca y empezó a retorcerla. “Esta bien”, pensé, “Prometo mantener los cinco minutos de apagón la próxima ves, pero para, por favor.”

domingo, 11 de febrero de 2007

El fisio, parte I.

Desde que me dio aquel ZAS en la espalda que me dejó hecho un cuatro durante dos semanas voy al fisioterapeuta cada mes. Este hombre es un tipo que, por su melena, sus gafas redondas y sus sandalias de cuero, cualquiera diría que es hippie, pero su figura de San Pancracio con un euro atado al brazo, para atraer riqueza, dícen, sus tarifas y el ánimo con el que me presiona para que me apunte a sus clases de Yoga, hacen ver que su auténtica vocación es la de empresario.

Todavía recuerdo cuando me hice el esguince, dos años después de lo de la espalda. Me lo encontré por la calle al volver del médico, caminando a saltitos y apoyado en la muleta que me habían prestado, se me acercó desde la acera del otro lado, imagino que frotándose mentalmente las manos, y me dijo “Vaya por Diós, un esguince”, pero luego añadió que, afortunadamente, él me podría ayudar y que debía acudir a su consulta aquella misma tarde.

Le hice caso y ya lo creo que me ayudó, en parte por el masaje en la pierna y en parte por que, con el bolsillo ligero, se camina mejor. Además de la sesión de masaje, me encasquetó un vale para 20 sesiones de calambrazos en la pantorrilla y unos remedios naturales que me vendrían bien, a saber, una bolsa de arcilla y unas cápsulas de extracto de abeto de las que debería tomar dos al día. Total, que cuando llegué a casa con mi paquete de medio kilo de tierra y un bote de hojas de abeto, por lo que había pagado veinticuatro euros, me miré al espejo y me pregunté si esa cara de tonto me había salido ahora o ya la tenía de por la mañana.

domingo, 4 de febrero de 2007

The making of blogolate

De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda que para cada película confeccionen unos anuncios vestidos de documental que se llaman "The making of", o "Como se hizo". En esos docu-anuncios aparecen los actores hablando de lo bien que se lo han pasado trabajando con los demás, como si fuera el úncio trabajo en el que no existien compañeros cabrones, y luego añaden algo sobre lo bueno que es el director y lo original que es su nueva película, aunque luego no sea otra cosa que noventa minutos de correr y disparar.

El caso es que quería explicar el proceso de creación de mi blog y he decidido usar la coletilla del "Making of". Omitiré la parte de explicar lo bien que he trabajado conmigo mismo y lo bueno que soy dirigiendo el blog. Quedaría narcisita.

Todo empezó ayer por la tarde. Era un día frío, pero a mi plim, pues tenía la calefacción de gas funcionando a toda pastilla. Me hallaba sentado frente al PC y curioseaba por internet en lugar de estar limpiando el piso, que es lo que debería haber estado haciendo, pues la estantería del comedor tiene ya un dedo de polvo, pero bueno, como iba diciendo, curioseaba por internet y me puse a leer un blog. No un blog como el mío, si no un blog de alguien que tiene cosas interesantes que decir y que sabe cómo hacerlo (miseriasliterarias.blogspot.com). En un momento dado, me apeteció enviar un comentario al autor y para ello debía registrarme primero en la página de blospot o bien firmar con el infamante calificativo de “anonymous”. Como se puede deducir del extenso preámbulo anterior, opté por registrarme.

Una vez dentro, la página me preguntó el nombre del blog que quería crear. “¿Mi blog?”… Lo medité unos segundos y es posible que me rascara la cabeza mientras lo hacía. De hecho, como estaba sólo,  es posible que también me rascara alguna parte del cuerpo que no queda fino mencionar. Una vez hube terminado de rascar y meditaR, me decidí dar de alta un blog. Y continuar sin limpiar el piso.

Ahora tenía que escoger un nombre para él. Probé con “blogoman” y “blogocop”, pero ya estaban cogidos. A veces, lo que a uno le parece original, en realidad no lo es tanto. También sopesé los nombres de blogopedia o blogólogo, pero eran demasiado largos y difíciles de recordar. Finalmente, tras mucho más pensar y rascar, encontré el nombre de blogolate: un burdo juego de palabras que fusiona  "blog" y "chocolate", pero que me gustaba como sonaba. Además, puesto que no significaba nada, me podría hacer servir para lo que yo quisiera.

Finalmente copié un formato confeccionado por un fulanito de tal americano y el blog ya estuvo creado. Apareció frente a mi una página en blanco, bueno, mas bien en amarillo, y decidí que daría de alta mi primera entrada y seguiría sin limpiar el piso.

La entrada necesitaba un título. ¿Cuál? Tras un nuevo auto-brainstorming decidí poner “Todo principio tiene un inicio”. ¿Qué mejor manera de empezar un blog de nombre absurdo que el de colgar un título igual de absurdo? Me gustó: se parecía a una de esas frases pseudo-filosóficas de las películas de artes marciales, una de esas frases que un maestro suelta al protagonista y que, a partir de entonces, le lleva golpear a los malos con leches más potentes.

Ya tenía blog y un título para su primera entrada, sólo me faltaba escribirla. Lo que pasó después por mi mente lo podéis leer en la propia entrada. No todo, pues no escribí los pensamientos de contenido sexual que me vienen a razón de uno cada tres segundos.

Terminado el texto, lo publiqué y envié un correo a mis amigos para ver si alguien lo leía. Después apagué el ordenador y me metí en la ducha, que había quedado esa tarde y pensé "Otro día en que no he podido limpiar el piso: si es que nunca tengo tiempo."

sábado, 3 de febrero de 2007

Todo principio tiene un inicio.

Bueno, pues ya tengo un blog. Yo también me he unido a los millones de personas que piensan que son tan sabios e interesantes que la gente va a gastar su tiempo en leer lo que escriben en internet.

En realidad, tanto yo como el 99% de los demás bloguers no tenemos tantas cosas que decir: nuestras vidas se reducen a pagar la hipoteca a principio de mes y a tratar de arreglar el mundo en las conversaciones de bar con los amigos. Muchos de los otros, además, dedicarán una buena parte de su tiempo a criar hijos, los integrantes de la primera generación que nos maldecirá por haberles churruscado el planeta. Yo ni eso, pues no tengo descendencia, y esa parece ser la única buena noticia de cara al incierto mundo del futuro. El tiempo que ahorro por no dedicarme a la perpetuación de la especie lo gasto jugando al ordenador. Los grandes hombres tenemos esas cosas. Por algo escribimos un blog.