martes, 20 de febrero de 2007

El exprimidor

El lugar en el que paso más tiempo durante el día no es la cama, pues no cumplo con las recomendables ocho horas de sueño (o digamos mejor ocho horas de dormir, que de sueño ya lo son el resto), no, donde consumo más tiempo es sobre la silla de mi trabajo, un chirimbolo regulable que a lo largo de los años me ha sostenido más que mis propias piernas.

Sus cinco ruedas reposan sobre una moqueta que parece grís, pero que es negra y blanca a modo de las interferencias de una tele. Estas ruedas están sujetas a una plataforma de plástico en forma de estrella sobre la que crece un tallo negro con un dispositivo que le permite encoger o crecer si se activa una palanca. De ese tronco nace una única hoja forrada de paño verde y dos apoyabrazos en color negro. Ese es el objeto, de todos las que existen en el universo, que mantiene una más estrecha relación conmigo.

Y no me puedo quejar, al fin y al cabo es una de las codiciadas sillas verdes de nueva generación, no como la de mi compañero de la izquierda, que es de las rojas y no funciona, pues a la primera de cambio hace POING y dispara el respaldo hacia delante con la intención de incrustar la cabeza de su dueño contra la pantalla del ordenador. Y no son las peores, porque luego están las sillas azules, que te destrozan la espalda y no tienen apoyabrazos.

Volviendo al tema, el segundo objeto que más protagonismo tiene en mi vida es el rectángulo blanco en el que ahora estoy escribiendo. Bueno, ahora mismo es blanco, pero si cierro el Word será azul marino tachonado de iconitos. Dicho objeto acapara mi campo visual, mis pensamientos y mi capacidad de atención durante ma mayor parte del día.

Se trata de la pantalla, que no es sino una parte de lo que llamamos ordenador, el cual tambien mantiene presas mis manos sobre el teclado y el ratón. Y así me domina. Cuando él dice que es la hora, puedo marcharme, antes no. Si hace beep debo preocuparme, si habla le escucho y si piensa le espero. Me susurra canciones MP3 al oido, decide qué mensajes puedo leer y a qué páginas de internet puedo puedo conectarme. Sí, no trabajo con él, le pertenezco.

El tercer objeto más cercano a mi es la mesa de la oficina. En ella descansa el ordenador, serpentean los cables, se amontonan los papeles y aguarda el teléfono al acecho de nuevas incidencias para mi.

Y con eso se completa el engranaje al que pertenezco, la entidad que genera valor añadido, tecnología de información, “project developement” o como sea que le quiera llamar al dinero en que se transforma el zumo de mi vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy original... ten cuidado y no desperdicies ni una gota de ese zumo vital.